MILÁN, Italia. “Jugar una final es algo fantástico, ganarla es supremo”, avanzó el viernes Diego Simeone. “No hay otra cosa que me
deje más feliz que ganar”.
Ya en la noche de sábado, el técnico argentino del
Atlético de Madrid se mostraba de todo menos radiante en la sala de prensa
adosada al estadio San Siro, donde el equipo colchonero venía de perder la
tercera final de la Copa de Europa de su historia, la segunda desde que adoptó
la denominación de Liga de Campeones, y también la segunda bajo el timón del
“Cholo”.
La anterior en 2014 en Lisboa, la cedió el Atlético en
la prórroga, 4-1 contra el Real Madrid. La más reciente fue más dramática si
cabe, pues el odiado vecino se la adjudicó en la tanda de penales tras el
tiempo extra que había forzado previamente el Atlético.
“Si hablo de emociones y sentimientos, no van de la
mano de las otras situaciones. Ahora prefiero pensar y reflexionar. Curar las
heridas en casa”, comentó tras la derrota Simeone, visiblemente afectado en la
rueda de prensa.
“No es fácil, pero nunca tuve las cosas fáciles. Para
el Atlético es maravilloso jugar dos finales en tres años, pero yo no estoy
contento. Perder dos finales es un fracaso”, estimó.
Pero la derrota rojiblanca, aunque dolorosa por
repetida y evocadora también de la final perdida en 1974 contra el Bayern
Munich, cuando el equipo germano forzó un partido de desempate que
eventualmente ganaría, no debería forzosamente significar también el fracaso
del “Cholo”, el ideólogo de la progresiva transformación -”partido a partido”,
como se encarga de pregonar sistemáticamente el propio entrenador- que ha
experimentado el Atlético desde su arribo en 2011.
“Ganar, ganar y volver a ganar”, la célebre frase que
repetía el venerado ex jugador y técnico madrileño, Luis Aragonés, fallecido
dos años atrás, se ha convertido en casi rutinaria realidad en el último lustro
para la entidad previamente conocida como “el pupas”, que ha visto cómo sus
vitrinas acogían sucesivamente la Liga Europa, Supercopa de Europa, Copa del
Rey, liga española, y Supercopa de España.
Cierto que ningún triunfo hubiera sido más apreciado
por la afición que la todavía inédita Champions.
Más, de producirse contra el todopoderoso vecino y con
los argumentos de toda la vida del Atlético, en base al juego de robo y
contraataque, pulidos, perfeccionados y complementados por el inigualable ardor
guerrero de Simeone.
El bautizado “cholismo” no logró el sábado tomar el
poder en Europa con la conquista de la copa apodada “orejona”, pero amenaza con
crear escuela; si es que no ha iniciado ya la revolución del llamado
“tiqui-taca” en torno al fútbol de posesión que puso tan de moda el anterior
campeón Barcelona y que se ha topado con una nueva y sugestiva tendencia.
Así lo entienden al menos muchos en Italia, tierra
históricamente abonada al llamado “catenaccio” defensivo y supuestamente con el
corazón partido en la final entre el Atlético de Simeone, quien ejerció en su
día como futbolista en Pisa, Inter de Milán y Lazio, y el Madrid de Zinedine
Zidane, admirado organizador con la Juventus.
El sábado prevaleció el imponente palmarés y gen
ganador del Madrid sobre los conceptos del argentino y sus futbolistas, capaces
de contrarrestar largo rato el superior talento de un oponente formidable, pero
que careció de los automatismos necesarios para ganar la batalla con autoridad.
“No creo en la justicia en el fútbol. Gana el que
merece ganar. Las excusas no están hechas para mí”, prosiguió Simeone.
Ningún grande de Europa ganó en orden al Atlético, un
ejército compacto y valiente bajo el firme mando del “Cholo”, capaz de sacar el
máximo rendimiento a un delantero en crecimiento como Antoine Griezmann, o un
veterano con ansias de reivindicarse como Fernando Torres.
“Tus valores nos hacen creer”, rezaba una gigantesca
pancarta desplegada en el fondo de los seguidores atléticos al inicio de la
final.
Fue el PSV Eindhoven, en octavos de final, el equipo
que en más aprietos puso a los madrileños, quienes entonces sobrevivieron en la
tanda de penales y supieron luego sufrir en cuartos ante el Barsa y en
semifinales frente al Bayern entrenado por Pep Guardiola, curiosamente el
técnico que antes perfeccionó el juego de posesión del conjunto catalán.
No deja de ser significativo que fuera precisamente el
Atlético el equipo que acabara destronando al último campeón, Barsa, en el
torneo recién finalizado.
“Del segundo no se acuerda nadie”, insistió un
inconsolable Simeone.
Quizás tenga razón el entrenador, aunque a tenor de lo
visto y vivido en San Siro, cuesta creer que el “cholismo” caiga pronto en el
olvido.
Fuente AP
Fuente AP
No hay comentarios:
Publicar un comentario