Ya sea con las medidas reglamentarias y con un césped impecable o improvisadas como rectángulos de tierra, cemento o piedras, es posible localizarlas lo mismo en los vecindarios adinerados que enclavadas en las "favelas" de esta caótica ciudad de 12 millones de habitantes, una de las subsedes de la Copa del Mundo.
En las barriadas, el fútbol no sólo constituye el pasatiempo favorito, sino que se considera una forma de alejar a los chicos de las garras de las pandillas dedicadas al narcotráfico. Las "escolinhas" o academias de fútbol operan en casi todas las barriadas, de Dona Marta, asentada en el vecindario de clase media de Botafogo, a Mangueira, una favela histórica desde la que se aprecia el estadio de Maracaná, donde se realizarán seis partidos de la Copa del Mundo, además de la final.
Entre las escuelas infantiles de fútbol y los adultos que coronan sus jornadas laborales disputando una "pelada" o partido informal, se aprecia una dura competencia en pos de las canchas, particularmente por las tardes y noches.
En Aterro do Flamengo, un gran parque cerca del monte conocido como Pan de Azúcar, las torres de iluminación permiten ver las canchas donde se realizan encuentros durante toda la noche, incluso hasta las 4:00 de la madrugada.
Una cancha adecuada representa un lujo del que carece la mayoría de los fanáticos brasileños. Pero basta cualquier espacio suficientemente grande y plano para jugar.
En la favela de Pavaozinho, ubicada entre dos de los vecindarios más adinerados de la nación -las playas de Copacabana e Ipanema_, los niños descalzos se esfuerzan en una cancha de concreto, con forma irregular. Escenas similares se observan en la cercana barriada de Cantagalo, donde los chicos muestran su talento sobre una franja de cemento, a la sombra de la formación rocosa Dois Irmaos, icónica de Ipanema.
Así es Río, playas, montañas y muchas canchas de fútbol.
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